segunda-feira, 19 de dezembro de 2011

DESPACIO, EN PAZ



Como si de la respiración de la tierra se tratase, en la playa de Laginha, en la isla de San Vicente, las olas lamen la arena oscura y volcánica. De noche, de día, en todos los instantes, ahora mismo, su ritmo es tranquilo y natural. También por la Praça Nova, cariñosamente llamada "pracinha", en el centro de la ciudad de Mindelo, la gente pasea sin prisa. Sobra el tiempo. Los alumnos de los colegios, con sus mochilas a la espalda, cruzan por las calles empedradas. En las avenidas, hay mujeres sentadas en cajones o bancos en los que presentan la mercancía que ofrecen a la venta: caramelos, pastillas, dulces de coco y cigarrillos que venden por unidades. Pasa el tiempo y se mezcla con el criollo, hablado por voces de todas las edades. Y también se mezcla con la música. En San Vicente, en Mindelo, en Cabo verde hay música por doquier.

Hablé con Cesaria Evora por primera vez en 1998 en la ciudad de Praia, tras un concierto en la Asamblea nacional. Yo era un profesor de portugués de 24 años, que comenzaba a hablar criollo, y ella, lógicamente, era Cesaria Evora en todo su esplendor. Hablamos de Portugal. Ella pronunció ese nombre y, después, dijo algunas cosas sobre la forma en las que yo utilizaba palabras del criollo badiu (hablado en Praia) y del criollo sampadjudo (de Mindelo). Creo que me sonreí educadamente, pero sólo entendí sus palabras algunos meses después. Fue también en esa ocasión cuando pedí a Cesaria Evora que me me dedicase un disco. Ella me miró con aquellos ojos, cogió el disco y, despacio, escribió su nombre.

Los domingos, en Cabo Verde, tenía un vecino que colocaba unos altavoces en el tejado sin terminar de su casa y ponía discos de Cesaria Evora para que los escuchase toda la gente. Eran los días en los que el vecino recibía amigos de todas partes, familiares y gente que llegaba con alguna carne para la parrilla o que, por lo menos, traía ganas de comer y de beber cerveza portuguesa helada. También yo pasaba las tardes del domingo hablando, comiendo morena frita y riéndome sin parar. Oíamos las mismas canciones una y otra vez. Al final de la tarde, cuando se iban levantando las sombras, le pedía alguna chica que bailase conmigo. Esos bailes eran una especie de abrazos. Y la voz de Cesaria siempre estaba presente, imprescindible y perfecta, extendiéndose hasta el océano, al que parecía tocar con su magia.

Cesaria Evora forma parte de Cabo Verde, exactamente como si fuese la undécima isla del archipiélago que llegó tan lejos a través de su voz. De la misma manera, Cabo verde siempre formó parte de Cesaria Evora. En su voz cantada está presente el cielo inmenso sobre el Monte Cara, toda la bahía de Mindelo, la inmensa saudade de todos los caboverdianos y la esperanza entera de un pueblo. En su voz está presente un "pequeño país". O por decirlo exactamente con las palabras que Cesaria cantó, "diez granitos de tierra esparcidos en medio del mar". Ahora, gracias a la sabiduría de su interpretación, gracias a la belleza de su sensibilidad, descubrimos ese país dentro de nosotros y vemos que está hecho de todo el afecto que la voz de Cesaria es capaz de albergar. Para oírlo no necesitamos altavoces en los tejados. Basta con cerrar los ojos. Ella está siempre ahí. Como las personas que, despacio, muy despacio, atraviesan la Praça Nova. Como las olas que rompen en la playa de Laginha.

José Luís Peixoto

Jornal El Mundo

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